lunes, 27 de agosto de 2012

Lys Green: El mundo amarillo de P (II). Trío MHM.

[continuación de Lys Green y Balikum Blue: El mundo amarillo de P]

"A ver, cómo va esto porque yo no me entero. Vosotras lleváis toda la semana hablando y a mí me da mucho palo, ¿estáis seguras de querer ir los tres juntos al local? ¿Y a cuál vamos a ir? Yo no estoy nada convencido de esto..."
"Lo sabemos, tranquilo, precisamente lo que dice P es que ella sí que ha estado y que no es para tanto y es mejor ir con alguien que lo conozca. Y a ella le apetece venir. Que no te dé vergüenza que para eso lo estamos hablando, que ella nos cuente y luego decidimos, ¿vale? Si no estás convencido no vamos y punto, no pasa nada."
P está deseando empezar a hablar de esto, y repite para él lo que ya me había contado a mí por teléfono. "Yo he ido en varias ocasiones a distintos locales, pero la primera vez lo vi de día y con las luces encendidas; la siguiente ya con ambiente, pero prácticamente estábamos solos en todo el local y además no hice nada de nada, solo mirar. Yo soy muy pudorosa, tened en cuenta que ni mi marido me veía desnuda, así que es algo totalmente opuesto a lo que yo había vivido hasta entonces y me costó asimilarlo. Para que veáis, la primera vez que me atreví a meterme en un jacuzzi con más gente lo hice con biquini y si os digo la verdad, me sentí un poco ridícula. Cada uno va a su ritmo. Pero vale la pena verlo, es como si estuvieras viendo una película. Cuando ya lo has visto una o dos veces y lo asimilas, te das cuenta de que no era para tanto. Casi siempre te quedan ganas de repetir por darle otra oportunidad, aunque la primera vez te choque. Es una experiencia interesante, te replanteas muchas cosas y se te quita mucha tontería de la cabeza. De verdad, tenéis que ir, es una experiencia que hay que vivir. ¡Animaos!"

Hablaba con entusiasmo y como si fuera lo más natural del mundo, como si se tratara de ir al circo o de tirarse en paracaídas. En cierto modo, algo había de eso. Sentíamos que nos estábamos subiendo a un avión para luego saltar al vacío. Solo de pensarlo se nos ponía la piel de gallina y notábamos mariposas en el estómago. No paramos de bombardearla a preguntas y una vez convencidos de ir, empezamos a planificar cómo iríamos, a qué local y un millón de detalles más que en realidad nos preocupan más a nosotras que a ellos: qué se lleva puesto, si la gente va desnuda, si te dan ahí los preservativos, y si tienes hambre dan algún tentempié, si hay reservados donde encerrarse, si hay duchas...

P  y Lys decidieron que lo mejor era elaborar una lista de preguntas y llamar a los locales que más les habían gustado de los que encontraron por Internet. P estaba entusiasmada, pero por otro lado le preocupaba que si ella iba como chica sola y nosotros como pareja, se aburriría, y que ya puestos, lo suyo sería que hubiera chicos con los que "entretenerse". Le aseguré que con ir a verlo nosotros nos conformábamos y que no teníamos intención de dejarla sola ni mucho menos, especialmente después del detalle de ofrecerse a hacernos de guía y orientarnos sobre esto. Mil preguntas nos rondaron la cabeza, pero una vez centrados, hicimos una tabla donde marcábamos o anotábamos lo siguiente:

- Zona y dirección?
- Horario?
- Tarifa para pareja?
- Tarifa chica sola?
- Incluye consumiciones?
- Precio consumiciones?
- Mejor hora para llegar la primera vez y verlo?
- Parking?
- Relaciones públicas?
- Reservados? Cuántos? Se pueden cerrar?
- Pueden entrar chicos solos ese día?
- Vestimenta (desnudo, ropa interior, normal...)
- Zona nudista?
- Tentempié?
- Preservativos?
- Guardarropa?
- Toallas, sábanas, chanclas?
- Gel (lubricante o masaje)
- Otras instalaciones?
- Zona de contacto con chicos u otras parejas?
- Mazmorra?
- Cuarto oscuro?
- Pasillo francés?

"¿Y eso qué es?"

Empezó a contarnos cuál es la mecánica habitual en los locales y la escuchábamos absortos porque, aunque yo ya había visto algo en los reportajes televisivos, me seguía pareciendo algo propio de un mundo algo turbio, sectario e irreal. Nos lo explicó a partir de las fotos que se mostraban en las páginas web. Donde nosotros solo veíamos una barra de bar y asientos con mesitas, ella describía una zona de contacto entre parejas o con chicos solos, y una máscara veneciana y un pequeño látigo de varias puntas entre los licores, tras la barra, nos permitieron atisbar algunas de las fantasías representadas por sus usuarios; en un pasillo oscuro sin mayor interés nos señaló los agujeros en el tabique contiguo donde manos y miembros sin cuerpo se asomarían con avidez en busca de carnes o bocas anónimas; una pista de baile rodeada de asientos era una barra vertical para bailes eróticos donde despojarse de prendas y pudor o disfrutar del exhibicionismo de una espontánea showgirl o stripper; una zona de divanes entre cortinas o con aspecto chill-out junto a un jacuzzi era la zona nudista donde las parejas se dejan arrastrar impúdicas por pasiones propias y ajenas; una sala tenuemente iluminada para la foto con un diván corrido y una ventana de cristal era el cuarto oscuro para desenfrenos anónimos y manos aventureras, y una pantalla de televisión mostraba en más pulgadas de las deseables escenas de alto octanaje en sesión continua; una gran equis adornando una pared tras unas rejas permitía adivinar unas correas que invitaban a probar la seducción del bondage, y así sucesivamente. Se sentían fascinados, aturdidos y abrumados por esa nueva perspectiva de lo que no habían sabido ver las mil veces que sus ojos recorrieron aquellas imágenes, pero sobre todo por el entusiasmo con el que P, la dulce P, la aparentemente ingenua P, a quien su exmarido nunca había visto desnuda a la luz del día, y que cambiaba su toalla de sitio en la playa cuando una chica hacía top-less a su lado, describía lo que para ellos era un mundo hasta entonces prohibido, tabú, casi sinónimo de perversión y desenfreno, de frivolidad y desvergonzonería, el vacío al que saltar con el paracaídas tras una decisión irreflexiva y contraria a sus hasta entonces rígidos principios morales. Incapaces de asimilarlo aún, pero decididos a seguir adelante, comenzaron a llamar a los números que habían apuntado para completar la tabla y así elegir el sitio más apropiado.

El primer escollo con el que se toparon fue que en todos los locales el sábado era el día para parejas solas. "Pues a ver qué hacemos, porque me veo leyendo un libro mientras vosotros os lo pasáis en grande a mi lado o todo el mundo a mi alrededor se divierte, jajaja, y no voy a ir de sujetavelas vuestra, jajaja".
"Que no, mujer, que no te preocupes, con entrar y verlo nos conformamos, si no creo que yo me atreva a nada, ni a desnudarme siquiera, y este ya le ves, tiembla como un flan solo de pensarlo". Eso significa que no había posibilidad de que P encontrara un partenaire para "entretenerse". "¿Y qué hacemos?" Buscaron alternativas. "¿Y si buscamos a alguien?" "Pero no es fácil, quedar con alguien sin conocerle aunque no haya compromiso, si luego no hay feeling..." "Pues queda con cuatro o cinco a la vez antes de entrar y hacemos un casting, jajajaja". No parábamos de reírnos todo el tiempo. El hecho solo de hablar de estos temas ya nos resultaba excitante. Pero casi todo lo hablábamos nosotras, él parecía estar en una nube y le costaba seguirnos. No parecía muy convencido.

"Bueno, nunca he probado a hacerlo con una pareja, a lo mejor va siendo hora de hacerlo por primera vez, jajaja"
"¿Un trío?"
"Sí, ¿por qué no?"
"¡Un trío, jajaja!"
"Pues para hacer un trío con otra pareja y que lo disfrute otro tío, lo haces con nosotros...", interviene él por primera vez en toda la tarde.
Silencio repentino. Miradas interrogadoras.
"Pues vale, si no os importa a vosotros, por mí, bien..."

Ni recuerdo cómo siguió la cosa, pero antes que pararnos a pensarlo dos veces decidimos lanzarnos de cabeza. No fuera que nos echáramos para atrás, con lo difícil que es llegar a este punto. De repente estábamos hablando de cómo organizarnos, qué suponía eso, si a mí me importaría que mi amigo con derecho a roce, pero que venía en calidad de pareja mía, estuviera conmigo y con otra, qué pasaría si alguno se echaba atrás, cómo perder la vergüenza o romper el hielo para empezar, sobre todo entre ellos dos, qué estábamos dispuestos a hacer y qué no cada uno... Y así otras mil preguntas. Si nos hubieran pagado un euro por cada una de las dudas, preguntas y repreguntas que surgieron esa noche, seríamos millonarios. Al final, acordamos romper el hielo con un juego.
Esa noche no pudimos ni dormir de la excitación. No solo hablábamos de visitar un local juntos sino de hacer un trío. No es que diéramos un salto desde el avión, ¡es que al llegar al suelo pretendíamos correr la maratón también! Pero estábamos decididos y no nos dimos tregua.

Al levantarnos casi a mediodía nos entretuvimos diseñando un juego erótico con el que romperíamos el hielo. El solo hecho de hacerlo, pensarlo, y participar los tres en su confección con preguntas y pruebas cargadas de erotismo y sexualidad, ya nos servía para descargar los nervios, perder la vergüenza e ir entonándonos. Empezamos a hablar abiertamente de todo y el ambiente era cada vez más cómodo y distendido.

También fue divertida y relajante la preparación y el acicalamiento. Él, que en pocos minutos ya estaba duchado, vestido y dispuesto, hasta se permitió echarse una siestecita mientras nos arreglábamos. "Eso, tú duerme, que así vas reponiendo fuerzas".
Para nosotras fue especialmente divertido, casi un juego. Abrimos armarios, cajones y maletas y la habitación terminó llena de prendas, picardías, vestidos, tacones, tangas y lencería de todo tipo. Aquello parecía el probador de Zara en rebajas. Decidimos ponernos las dos un sujetador con tanga y liguero, medias de rejilla y un picardías debajo del vestido, para ir quitando prendas si se tercia en plan cebolla. Vestidito minifaldero y tacones altos. No parábamos de parlotear y reír mientras nos maquillábamos, nos peinábamos, nos pintábamos o nos retocábamos por enésima vez; nos mirábamos en el espejo y de arriba abajo la una a la otra mientras cambiábamos de vestido o de zapatos, como si acabáramos de volver de hacer compras, estuviéramos intercambiando ropa entre amigas, o nos arregláramos para salir de copas como una noche cualquiera. Pero esa sin duda no sería una noche más. La complicidad era máxima, nos sentíamos la una como una extensión de la otra, y más que envidia sentíamos admiración por lo que nos gustaba de la otra. Nos sentíamos sexys, nos parecía que nos comeríamos el mundo y que esa noche no se nos resistiría nadie si nos lo proponíamos. Lo sorprendente es que en ningún momento, ni antes ni después, nos vimos como un objeto de deseo ni pensábamos en lo que haríamos o habríamos hecho al cabo de unas pocas horas y unas cuantas copas.

Cuando por fin abrimos la puerta del salón, él se quedó mudo, no sé si porque realmente le gustaba lo que veía o por la certidumbre de que ya no había vuelta atrás, que esas dos chicas se habían arreglado así para que él pudiese satisfacer una fantasía que todos los hombres heterosexuales, sin excepción, sueñan con hacer realidad alguna vez en su vida. Y el que diga lo contrario, miente descaradamente.

[continúa en Lys Green: El mundo amarillo de P (III). El reservado]

Posts relacionados:

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios