jueves, 20 de septiembre de 2012

Petits Fours: El amigo turco

Londres, otoño de 1991

Eran las diez de una noche húmeda y brumosa, y pocos coches transitaban la calle. Yeter se aproximó a la cabina y, tras asegurarse por enésima vez de que no había nadie en las inmediaciones, sacó unas monedas del bolsillo y marcó el número de teléfono de su casa, en Estambul. Llamaba dos o tres veces por semana y podía permitírselo porque habían descubierto un truco que les permitía llamar prácticamente gratis. Solo debían tener cuidado de no hacerlo en su barrio, y de no repetir siempre en la misma cabina ni a la misma ahora para no correr riesgos. De todos modos, difícilmente nadie iba a perseguir un pequeño delito como ese habiendo cosas mucho más serias de las que preocuparse. Solo era una pequeña travesura más.

El suyo era un nombre curioso en turco. Significa "basta", o "basta ya", y antiguamente se solía poner a los hermanos pequeños. De alguna manera ese nombre le había marcado. Aunque no fuera cierto, y aunque es algo que normalmente se le dice al pequeño, a él le gustaba contar a sus amigos occidentales que el nombre se lo pusieron cuando apenas había empezado a hablar porque cada vez que alguien le hacía una carantoña a su hermano, se ponía en medio y era él el que decía "Yeter!"

Yeter tenía 23 años. Al menos en Turquía, porque allí tenía 22. La razón de esta aparente contradicción es que en turco la edad se expresa diciendo que estaba viviendo su año 23, cuando en realidad, en occidente decimos que hemos cumplido 22. Así que inducía a error. A pesar de su juventud, Yeter ya había hecho algún trabajo de modelo y de actor ocasional, y no por casualidad: era un chico alto, atractivo, seductor y afable, que congeniaba muy bien con la cámara. Pero también era disperso e irresponsable, un vividor, y le gustaban demasiado las mujeres, con el agravante de que en su gran corazón cabían varias a la vez. No veía nunca el momento de sentar la cabeza y replantearse qué hacer en su vida. Era como un niño en un cuerpo de adulto. Su padre se había empeñado en que estudiara Económicas pero estaba claro que no era lo suyo. Su vida en la cosmopolita Estambul era completamente disoluta y dedicada a cualquier cosa menos al estudio. Más tarde quiso abandonar la universidad y su padre nunca dejó de echárselo en cara, máxime cuando tras haber crecido a la sombra de su hermano mayor este había triunfado y había terminado convirtiéndose en un profesional de prestigio. Eso le hundió aún más, las recriminaciones familiares fueron en aumento, y fue entonces cuando decidió buscarse la vida en Inglaterra.

Vaya, no se había dado cuenta de que le quedaba el dinero casi justo para el autobús, pero no importaba porque sabía que con su habilidad lo recuperaría. El truco consistía en echar una moneda, preferiblemente de 20 peniques, y cuando la máquina ya la había contabilizado, justo cuando se oía el sonido característico antes de ir a entrar en el cajetín, darle un golpe seco en el lateral al teléfono con la muñeca para que no entrara y acabara devolviéndola. El golpe de muñeca de Tanyar se había ido perfeccionando con la práctica y era prácticamente infalible. Como era una técnica algo ruidosa, solo se podía hacer de noche y cuando no pasara nadie, así que normalmente él llamaba mientras Luka se apostaba en la esquina para vigilar. Pero esta noche estaba solo, no había nadie para avisarle. En un momento dado, no estuvo suficientemente rápido y el teléfono se tragó dos o tres monedas. No podía dejar que se colara ni una más o no podría coger el autobús. Así que intentó dar los golpes con más ímpetu y eso lo hacía aún más ruidoso. Pero se tragó la última. Yeter, contrariado, se puso a vapulear el teléfono para que cayeran las monedas, pero algo raro estaba pasando. Su truco no había funcionado. Salió de la cabina y miró alrededor. No había nadie en las inmediaciones. Cada vez más enfadado consigo mismo por no haber sido más previsor, se volvió contra la cabina y comenzó a golpearla con fuerza. Se encendió una luz en una vivienda cercana y se descorrieron varias cortinas que dejaron asomar alguna cabeza somnolienta. Soltó un improperio en voz demasiada alta y sin poder contenerse le dio una patada al cristal, que se resquebrajó haciendo un ruido tan fuerte que hasta él se sobresaltó. Se quedó un instante mirando la cabina sin saber qué hacer mientras seguía hablando en alto como si lo hiciera para sí mismo. En ese momento, un policía se acercó por detrás y le dijo que dejara de golpear la cabina y que se quedara quieto. Le pilló completamente desprevenido y su primer impulso fue salir corriendo. Pero ya era demasiado tarde; otro policía se bajó de un coche que aparcó junto a él y no le quedó más remedio que intentar capear el temporal. Se disculpó de mil maneras y puso toda la cara de arrepentimiento que pudo desde sus uno noventa de estatura. Pero esta vez sus dotes de seducción no funcionaron.

Luka llegó esa noche, como todas las anteriores, cansado de su trabajo de lavaplatos en el restaurante. Normalmente llamaba antes de entrar en el pequeño estudio, porque Yeter tenía la costumbre de entretenerse agasajando a la parte femenina del vecindario, fueran como fueran, le daba igual todo, con una exhibición privada de sus dotes sexuales. Así que no quería llevarse ninguna sorpresa y, de paso, le daría tiempo a la chica de componerse, si es que había alguna. Llamó con los nudillos. Mientras esperaba a que Yeter abriera, pensó en la cena de esa noche. Muchas veces apenas si tenían unas galletas como cena; literalmente habían llegado a pasar hambre. Pero esa noche había habido suerte. Los clientes no tenían ningún reparo en devolver tal cual les llegaban los filetes si estos estaban demasiado hechos para su gusto, y en lugar de tirarlos, Luis se las apañaba para guardarlos en una fiambrera disimuladamente. Era extraño que tardara tanto... Volvió a llamar, esta vez más fuerte. Pegó su oído a la puerta pero no se oía nada. Decidió abrir con su llave. Cuando entró se encontró algunas cosas fuera de sitio, las maletas del altillo en el suelo y el armario abierto. Sobre la mesita había una nota en papel amarillo. Se acercó a leerla y se quedó absolutamente anonadado.

La cuestión no era que hubiera habido un aviso de un vecino porque un vándalo estuviera destrozando el mobiliario urbano. El problema fue que, cuando los bobbies acompañaron a Yeter a su casa para que les mostrara el pasaporte y la documentación, los policías comprobaron que no tenía los papeles en regla; le faltaba el visado, y eso quería decir que se encontraba en situación ilegal en suelo británico. Todo lo que supo Luka esa noche, cuando leyó la nota del vecino en la que le explicaba lo que había sucedido, fue que habían deportado a Yeter y que apenas le dieron unos minutos para recoger algunas pertenencias personales antes de llevarlo directamente al aeropuerto para expulsarlo del país.



Tras su deportación, una vez en Turquía, Yeter mantuvo el contacto con Luka, sobre todo los primeros meses. Intentó continuar los estudios pero simultaneándolos con varios trabajos temporales, incluidos algunos algo turbios o de dudosa legalidad, pero que le proporcionaban un dinero fácil. Entre los más inocentes hubo uno que era de animador en un centro turístico para alemanes. Más adelante, en una de las varias veces en que se reencontró con Luka años después, le relataría pícaramente una de sus numerosísimas hazañas sexuales, porque era especialmente divertida. Por la forma en que lo contó, Luka dedujo que era práctica habitual, y que desde luego esa no fue ni la primera ni la última vez que sucedería. El sistema consistía en que un grupo de monitores, jugando o haciendo alguna actividad acuática, se llevaban a una turista hacia dentro del mar lo más lejos posible mientras hicieran pie y entre todos la acababan rodeando, de modo que la multitud y la distancia impedían que nadie se percatara de lo que estaba sucediendo realmente. Entonces, Yeter se situaba detrás de la turista poniéndose detrás de ella y se lo hacía. Lo más divertido para él era que ella saludaba al marido, el marido correspondía y luego saludaban todos al marido.

Respecto a la carrera delictiva de Yeter en Turquía, Luka solo sabe que empezó cuando le ficharon en Inglaterra y le deportaron. Sí, es cierto que fue por algo tan infantil como dar golpes a una cabina, y que su delito real fue estar residiendo en Inglaterra sin visado, lo que moralmente no es para echarse las manos a la cabeza. Pero con el tiempo, las necesidades económicas de un joven que busca una vida cada vez más hedonista y con menos responsabilidades fueron aumentando, y el dinero comenzó a llegar con cierta facilidad a través de ciertos trapicheos, hasta que estos pasaron a convertirse en auténticos delitos y las cantidades sustraídas cada vez mayores. Por su carácter no es probable que tuviera un negocio propio y que estafara, seguramente lo que pasó es que actuó como intermediario o agente en alguna transacción con importantes cantidades de dinero que nunca llegó a su destinatario. O bien, hizo alguna estafa o alguna venta falsa, o quizás real, y quizás revendiera la mercancía y la cobrara sin llegar nunca a entregarla. O que recibiera un pago importante por algún servicio que luego no prestó. Es lo de menos. Un día desapareció de Estambul huyendo de la policía. Se despidió de su familia diciendo que se iba a trabajar a un centro turístico en Capadocia, lejos de su casa. La familia no supo que Yeter ya estaba en busca y captura hasta que le fue a buscar la policía a su casa. Durante casi 20 años desapareció del mapa, no tenía dirección, teléfono ni correo electrónico. No cruzó en ese tiempo ninguna frontera porque estaba en las bases de datos de la policía y de las aduanas, así que tampoco hizo viajes en avión. El contacto con su familia era mínimo y siempre era él el que se ponía en contacto con ellos. Intentando disfrazar de madurez el paso de los años y estando en busca y captura se casó hasta tres veces, pero sus mujeres no aceptaban tener que compartir ese corazón tan grande y tan tierno como el de un niño con otras mujeres ni soportaron la vida de prófugos que debían llevar.

Así que con un pueril incidente, una pequeña travesura propia de un adolescente, empezó a desdibujarse la línea de la vida de un hombre que lo podía haber tenido todo, pero que por una serie de pequeños incidentes, inconscientes travesuras y desafortunadas decisiones, inicio una carrera delictiva que le llevaría a vivir como prófugo de la justicia y prácticamente incomunicado e ilocalizable durante buena parte de su juventud. Eso no fue óbice para que conservara una amistad entrañable y duradera con Luka, sin duda el más sensato, centrado y responsable del grupo de amigos, que de alguna manera ejerció de hermano mayor con él durante su estancia en Inglaterra. Y es que si se para uno a pensarlo, hasta los delincuentes deben de tener amigos, así que estadísticamente alguno tenía que haber caído en el entorno de Luka y Bebe. Sobre todo si son ladrones de guante blanco y, además de tener una imagen que cuidar, tienen el corazón como una plaza de toros de grande. Parece que con casi 45 años le ha llegado la hora de sentar la cabeza, se ha casado con una mujer encantadora, tiene un hijo de dos años y se dedica... a vivir la vida y organizar maratones. Me preguntó si aún vive de lo que le rentó su delito... Y a pesar de todo, creo que es una persona ingenuamente feliz, que siempre termina saliéndose con la suya, y al que, en algún momento, alguien tenía que haberle dicho "¡Basta! ¡Basta ya, Yeter! ¡Madura de una vez!".

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