martes, 23 de octubre de 2012

Betty Red: Un encuentro inesperado

"¿Qué estoy haciendo aquí?"

Debían de ser ya las cuatro de la madrugada y me sentía vencida por el cansancio físico, pero también por la acumulación de sucesos vertiginosos acaecidos en las últimas semanas. ¿Pero qué había pasado esa noche? En mi ansia por aprovechar cada minuto de mi tiempo de ocio, cada posibilidad de disfrute como si no hubiera un mañana, cada oportunidad de evasión que me ofrecía el bálsamo reparador de "mis chicos", dulces, cariñosos y encantadores, no tenía intención de quedarme en casa a pesar del inesperado contratiempo sufrido por mi cita esa noche. Le guardaría su rincón en mi baúl de deseo y pasión para otra ocasión; siempre lo tendrá porque es una persona especial en muchos sentidos, pero en ese momento necesitaba encontrar una solución rápidamente. En realidad solo estaba dispuesta a salir a tomar una copa y en el chat encontré a alguien que solo quería una acompañante para conocer un local que no es especialmente de mi agrado, pero que en esas circunstancias me solucionaba el problema. No tuve especial cuidado en seleccionarlo, ni en comprobar si por su personalidad o carácter o visión del mundo pseudoliberal en que me había infiltrado era o no afín a mí.

Abro los ojos.



Me encontré con una persona con la que únicamente compartía profesión y ganas de pasar un rato divertido y desfogarnos si se terciaba. Pero cuando vi su afán desmedido por tocar, mezclarse y pulular por los diversos rincones del local, cuando vi que dejaba la puerta abierta del reservado (en el cual nos habíamos refugiado a descansar un rato y decidir si la embriaguez del alcohol nos llevaba por algún camino más disoluto y desasociado de nuestra razón, ya que no lo hacía nuestro deseo que discurría por cauces paralelos pero distantes) me di cuenta de que nos movíamos en ondas distintas. Lo que al principio percibí como un inconveniente, ya que no me gusta dejar la puerta abierta a intromisiones en mi intimidad ni figurada ni literalmente en un reservado, se trocó en súbita fortuna.

Cierro los ojos.

El calor y el alcohol anestesiaron mis sentidos hasta el punto de que me parece recordarme contemplando impávida y obnubilada la morbosidad de una joven pareja que jugaba a la seducción con unos terceros mientras desde la puerta eran contemplados por ojos lujuriosos. También nosotros mirábamos fascinados a esa belleza morena de ojos felinos que exhibía un cuerpo firme y exuberante de tanta juventud, mientras ronroneaba y se relamía de gusto como una gatita y dejaba caer sus largas pestañas sobre las dilatadas pupilas. Apoyada sobre el diván y con su chico detrás, se contoneaba de gusto, especialmente cuando él apartaba los finos cordoncillos de su tanga y dejaba a la vista el piercing de su pezón izquierdo fuera del sensual corpiño de cordones desatados con el que resaltaba sus seductoras curvas. El piercing de su lengua vibraba como lo haría en la lengua de una pecaminosa serpiente en el acto de ofrecerte la manzana que te haría caer al abismo si la mordieras. La mirábamos hipnotizados y abrumados cuando cerraba los ojos y jadeaba cada vez que recibía algún que otro sonoro cachete de su dominante sombra, que carecía de presencia y rostro, eclipsado por ella. No sé si agradecí o lamenté no haber caído en la tentación del juego que más tarde me propusieron, cuando nos encontramos por segunda vez, sin tanto público, bajo la atenta mirada de los hombres que nos inducían a introducirnos en el mundo de la bicuriosidad sin percatarse de que difícilmente cumpliríamos sus expectativas, por ser algo ajeno a mí y en lo que ella, declarada bisexual, se mostraba completamente inexperta. Así que, de pura pasividad o falta de iniciativa y voluntad, todo se quedó reducido a una divertida situación entre la frustración del voyeurismo insatisfecho de los chicos y el pudor de las chicas.

"¿Qué estoy haciendo aquí?"

Abro los ojos desorientada, tras haber perdido la consciencia durante unos segundos, y me veo a mí misma apartada en un rincón oscuro a refugio de miradas externas y de manos lujuriosas, sofocada por el calor que emanaban ocho cuerpos en un único reservado, todos mezclados y cambiados, dos parejas en la cama, otra de pie... Faltaba un chico, entonces, puesto que yo estoy sola. Entonces noto una mano que me acaricia el brazo. "¿Te encuentras bien? Pareces mareada..." Apenas tuve fuerzas para volver la cara, ni siquiera las tenía para buscar su rostro y conocer sus ojos. Me apoyé en su voz acogedora y voluntariosa. Acepté el sorbo de agua fresca que llevó a mi boca y que corrió por mi garganta como un chorro de estamina revitalizante. Cerré los ojos y estreché su mano contra mi cuerpo. Me abrazó por detrás como sosteniéndome para que no me cayera y le pedí con mi cuerpo que no se fuera, que siguiera allí, que me acariciara. Seguía sin haber visto su rostro. No lo necesitaba, solo necesitaba esa sensación de seguridad y serenidad que me transmitía. Dejé que sus manos recorrieran mi cuerpo con suavidad y firmeza y que besara mi cuello. Sentí sus piernas musculosas y fuertes, el calor de su torso contra mi espalda y su excitación pugnando por llamar mi atención. Pero solo deseaba sus manos y su voz. "Gracias... Lo necesitaba... Estoy agotada". No necesitó que le dijera nada más. De repente estábamos solos en medio de la jauría humana de pasiones desbocadas que yo tanto temo y aborrezco. Las sombras nos rozaban sin que las sintiéramos y se movían a nuestro alrededor inadvertidamente, el silencio era ensordecedor en nuestra cápsula de deseo mientras nuestros cuerpos febriles se movían acompasadamente y alcanzábamos juntos un escandaloso éxtasis que nos hizo olvidar por un momento dónde y con quién estábamos. "¿Es tu novio?" "¿Quién? Ah, no... solo es un acompañante. ¿Y ella?" "Es una amiga con la que suelo venir pero no somos pareja. Me encantaría volver a verte..." Mi razón me decía que no le podía dar mi teléfono a un desconocido con el que me encontraba en tales circunstancias y le dije mi correo electrónico, pero se le antojaba difícil de recordar. Yo también lo pensaba. "Nos tenemos que ir ya, la dejo en su casa y me voy, de verdad que quiero quedar contigo un día, si tú quieres, pero sería más seguro que me dieras tu número." Mis labios dijeron "No puede ser, entiéndelo. No se lo doy a nadie a quien no conozca un mínimo, es una norma que me he autoimpuesto" pero mi corazón decía "¡Dáselo! O te arriesgas a no volver a verlo". Habíamos estado hablando y exprimiendo el tiempo hasta que ya no hubo posibilidad de seguir y se tuvo que ir sin remisión.

"¿Qué estoy haciendo aquí?"

Abro los ojos de repente y salgo de mi ensoñación. Ahora lo sabía. Coger al vuelo una de esas oportunidades que te da la vida de conocer a una persona especial en las circunstancias más insospechadas. Y en mi rostro apareció una sonrisa que ninguna sombra vería en esa oscuridad.
Abiertos los ojos y mi mente, solo veo una pareja que se acaricia al fondo del reservado, mientras que los sátiros y las ninfas de mi visión anterior han desaparecido como por encanto, incluidos los afortunados espectadores del pasillo y el chico con el que había venido. Vi con alivio mi soledad física y con inquietud la posibilidad de dejar pasar a alguien a quien no quería dejar pasar. Comencé a deambular cruzando mis brazos como si tuviera frío en medio del ardiente infierno y los sudorosos cuerpos que poblaban los pasillos recordándome por qué odio ese sitio. Le busqué con mi torso velado por tules que insinuaban sin mostrar, que cubrían mi desnudez y marcaban los límites a cualquiera que pretendiera regalarse gratuitamente algo más. No era necesario enviar señales equívocas de algo que no deseaba. Me di cuenta de que no buscaba compañía ni a mi ocasional pareja. Buscaba esas manos y esos ojos dulces que me habían confundido y seducido en medio de mi desfallecimiento, que me habían cargado de energía vital y ánimo existencial. Temía no reconocerle y que él no me reconociera a mí en un lugar con menos penumbra. Estaba vistiéndose en las taquillas. "¡Princesa...!" "¿Tienes el móvil a mano? Apunta mi número y llámame, por favor..." "Siento que soy un privilegiado..." Y me regaló una sonrisa que me acompañaría hasta nueva cita.

A veces temo perder el control, alguno creerá que tengo una personalidad al límite, borderline... Dice el Agente Smith que soy "adicta al sexo". ¿Será cierto? Creo que no, no es el caso... soy adicta a los sentimientos, al contacto humano, al calor de un abrazo y a la sencillez de unas risas y unas palabras amables. No entendería tampoco el sexo sin eso. Pero sí veo que a mi alrededor algunas personas solo se mueven por una cuestión puramente sexual, casi animal. No es mi caso. Soy capaz de separar lo físico de lo sentimental. Pero sí creo que el sexo no está reñido con la calidez y el cariño. Agradezco y espero una sonrisa de recibimiento al llegar a la cita, la tranquilidad que transmiten unos dedos entrelazados con los míos mientras esperamos para entrar en el cine o caminamos por la calle, un sorpresivo beso en el cuello al entrar en el pub, la seguridad de un brazo en torno a mi cintura al movernos por la oscuridad entre sugerentes sombras que bailan y, por encima de todo, el calor de un abrazo y una caricia de agradecimiento y complicidad tras alcanzar el éxtasis, estemos solos o en compañía. Algo que me diga "no estoy contigo solo por el placer sexual, sino por el placer contigo, y sin ti no sería lo mismo". A eso soy adicta: al cariño, a la humanidad. Y no entiendo otra cosa.

Dos veces en pocos días me he sentido extraña, he sentido que estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado y con la persona equivocada. Uno por disparidad de intereses y de disposición ante el sexo y el otro por diferencias en nuestra personalidad. "A veces pienso que estás a punto de perder el control, noto tu nerviosismo a flor de piel cada vez que inicias una acción o se altera tu entorno: al entrar en el coche, al entrar en mi casa, al entrar en el local... Luego te calmas y eres más tú." ¿Será que él me pone nerviosa? Posiblemente. Yo también me pregunto si mucho de ese nerviosismo es intrínseco a mí y solo en parte es achacable a mi estado actual de euforia sostenida. Prefiero pensar que es al revés. Necesito a alguien que me transmita serenidad y no tensión. Preciso cerrar los ojos y disfrutar de la placidez de un cuerpo cómplice y risueño junto al mío en la noche. Respirar profundamente y dejar que un dulce y placentero sueño me invada. Qué serenidad, cuánta necesidad de descansar tras tantos vaivenes...

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