martes, 9 de octubre de 2012

Lys Green: El hombre de hielo


Son las diez y media de la noche.

Lys se encuentra el portal abierto porque el antiguo edificio señorial tiene portero y vigilante nocturrno en la entrada. “Buenas noches, señorita, ¿adónde va?”, le pregunta un hombre canoso y con bigote con una sonrisa educada y comedida. Ella le saluda tímidamente y le dice el piso al que se dirige. El vigilante parece detenerse a procesar la información y apenas dos segundos más tarde, una vez identificado el piso como el del soltero de oro del edificio, le dedica una sonrisa mucho más amplia que la anterior, y también más reveladora, mientras la recorre de arriba abajo con la mirada. Normalmente eso haría que le hirviera la sangre pero se contiene. Quizás ella misma pensaría lo mismo que debe de pensar él si una desconocida entrara por la puerta vestida “para matar” a esas horas de la noche y preguntara por ese piso, como sospechaba habían hecho otras muchas antes que ella. Mientras subía en el ascensor, se preguntó cuántas como ella se habrían sometido a la misma mirada escrutadora y a la misma evaluación sistemática de su anatomía, vestimenta, medidas y peso por parte del supuestamente discreto portero. Eso suponiendo que solo la considere un ligue y no una profesional. Suponía que se notaba a la legua que no daba la talla, o al menos ella pensaba que si alguien contratara los servicios de una chica de compañía sería bastante diferente a ella, mucho más alta, llamativa, explosiva y con una vestimenta mucho más descarada y atrevida. Al menos, así esperaba que fuera la cosa, y que se notara la diferencia… Aún así, le quedó un ligero velo de inquietud al respecto que intentó desechar de su mente.

Lys espera nerviosa a que le abran la puerta desde lo alto de sus tacones de diez centímetros, que en ella marcan una diferencia notable. Sabe que él es alto porque han hablado antes, ha visto su perfil, incluso han chateado y se han visto por cam. Sabe que es atractivo. Sabe que es interesante y le gusta hablar con él. Le costó decidirse, pero se sentía como una fiera enjaulada en casa y tenía una necesidad extrema de desfogarse. Fue un impulso súbito, ni siquiera le llamó antes de bajar a Madrid porque no tenía privacidad suficiente en su casa. Se arregló, se subió al coche y cuando se calmó un poco, ya en la ciudad, decidió llamarle. En realidad habían quedado para esa tarde pero un imprevisto de última hora le hizo cancelar la cita, y un “contraimprevisto” le permitió barajar la posibilidad de volver a salir, pero ya demasiado tarde para avisarle siquiera. “Oye, estoy en Madrid; al final he podido salir, siento no haberte avisado antes, ¿quieres que nos veamos?” “Pueeessss….” Uf, qué chasco… Resulta que él no está en la misma onda de excitación y ganas que ella… ¿Será que es de los que necesitan planificarlo todo? ¿Será que se levanta temprano y ya estaba durmiendo? O peor: ¿será que estaba con una chica? “Oye, no quiero molestar, sé que es tarde y que no te he avisado con tiempo…” “No, tranquila, es solo que acabo de llegar a casa y me iba a dar una ducha, estoy agotado y me viene bastante mal salir ahora…” “Bueno, no pasa nada, ya pensaré una alternativa, lo mismo me voy a tomar una copa por aquí yo sola…” “¿Tú sola?” La verdad es que no lo haría ni loca, era un farol, no se quedaría a tomar ninguna copa. Daría un par de vueltas con el coche y se volvería a casa. Pero no hizo falta. Tampoco estaba acompañado. Al final acordaron que iría a su casa. Su falta de entusiasmo no levantó en ese momento ninguna sospecha en Lys. Él vivía a apenas diez minutos de donde se encontraba ella y no tuvo tiempo de recapitular y pensar en las dudosas señales que le iban llegando.
Cuando la puerta se abrió le entraron ganas de decir “Perdón, me he equivocado de piso” o rogar por que la bombilla del rellano explotara y ella pudiera desaparecer en la oscuridad tal como había aparecido en la noche: de repente. A pesar de que este era el chico más próximo a su edad, apenas dos años menos que ella, de todos los que había conocido en este tiempo, desde luego no tenía nada que envidiar al resto. Por el contrario, era demasiado alto, demasiado guapo, con demasiado aplomo y muy probablemente demasiado interesante para lo poca cosa que se consideraba ella a sí misma. Por eso quería desaparecer y que se la tragara la tierra, para evitar la sensación de estar haciendo un ridículo espantoso. Se saludaron con un recatado beso en la mejilla, para el que ella tuvo que ponerse aún más de puntillas sobre sus ya altos tacones, y aún así la desproporción seguía siendo evidente y abismal. Él la invitó a pasar y ella apenas había dado dos pasos hacia el interior y había empezado a respirar y a autoconvencerse de que tenía que relajarse, cuando él le dijo lo peor que se le puede decir a una chica insegura y bajita en esa situación: “Perdona, ¿te puedes quitar los zapatos? Es que aquí siempre andamos descalzos y así no se raya el parqué…”
Tocada y hundida. La dejó, más que muerta, aniquilada. Desde diez centímetros más abajo, sin las muletas que son los tacones para ese remedo de mujer frágil e insegura, el único refugio que esta encontró fue el sofá en el que se acurrucó en cuanto entró en el salón para solventar el trance en el que se encontraba. Lo peor era que en ese momento, sentados ya los dos en el sofá, mirándose cara a cara a una altura mucho más llevadera (e imperativa, con carácter preventivo, de cara a una posible tortícolis), quedó de manifiesto el nerviosismo de ella y el desconcierto de él. Seguramente no sabía a qué atenerse con ella, y lo imprevisto de la situación hizo que olvidara incluso ofrecerle siquiera un vaso de agua. ¿Y si lo había hecho a propósito? ¿Sería una forma de darle a entender que esperaba que se fuera pronto? Fue entonces cuando Lys empezó a hacer repaso de las señales que él parecía enviarle y se arrepintió en su alma atea de haber llegado hasta allí. “¿Cómo he podido ser tan idiota?” Esa era una pregunta que además de ser retórica empezaba a convertirse en un mantra; tendría que pensar en otro soniquete, porque ese estaba más que manido ya y no le ayudaba nada a mantener su autoestima en unos niveles aceptables…

Al cabo de cinco minutos, ella y ese en apariencia maravilloso ser, que tras rebuscar en su limitado vocabulario folletinesco se le antojaba un auténtico dios griego,  y que en la práctica y a pesar de su limitada experiencia en estos trances le resultaba sumamente distante, por no decir gélido, habían conseguido entablar una conversación más o menos normal. En las formas al menos. No así en el contenido. Resulta que como ella había cancelado la cita y él llevaba varios días haciéndose ilusión por cumplir determinadas expectativas, en vista de que la semana se terminaría sin el esperado desenlace, la necesidad física y su razón habían decidido de mutuo acuerdo ir a darse un masaje ese día. «Ah, eso está bien. Para relajarse y aliviar tensión; qué bien pensado.» Él se quedó callado mirándola  a los ojos con tal intensidad que pensó que seguramente se le habría corrido el rimmel o algo parecido. De repente, con la sensación de estar reaccionado con efecto en exceso retardado, lo que dejaba su capacidad intelectual a la altura de las tapas de sus tacones y tan desvalida como lo estaban estos, una sombra de duda pasó por delante de sus ojos hasta convertirse casi en certeza según intentaba darle forma… “Estoooo, a lo mejor voy a hacer una pregunta idiota, pero... ¿qué tipo de masaje? Si no es mucha indiscreción…” Según lo dijo, ya se estaba arrepintiendo. La respuesta no la pilló de sorpresa: “Tailandés,” le contestó muy serio y mirándola a los ojos, con cara de «entiéndeme, pensaba que ya no íbamos a vernos y algo tenía que hacer». Lys pensó que, llegado este punto, lo mejor era confirmarlo y no andarse con rodeos y medias tintas. “Tailandés… ¿con final feliz?” “Sí, claro…” Esa fue la puntilla.

Pensó que si la tierra no se abría a sus pies, era porque el dios de pelo negro y mirada inquietante tenía el poder de humillarla aún más diciéndole algo parecido a lo del chiste: «Vámonos a dormir que estos señores querrán irse». Así que solo le quedaba desearle buenas noches y hasta otro día. Pero no era capaz de articular palabra, tenía la boca completamente acartonada de nervios y vergüenza y le pidió el vaso de agua que él había olvidado ofrecerle al entrar. Aprovechó para levantarse mientras se lo traía para ir poniéndose los tacones. Cuando se dirigía a la entrada él ya volvía con el agua. “¿Adónde vas?” “Pues... bueno, creo que debería irme.” No supo cómo interpretar la mirada de él, y decidió darle más explicaciones, aunque fueran a todas luces innecesarias. “A ver, lo siento, no debería haber venido y tú no pareces muy entusiasmado con que esté aquí, así que sé cuándo debo retirarme. No te quiero molestar”. Pero sin saber cómo, ya estaba de nuevo sentada con él en el sofá y él a su vez también parecía sentirse obligado a darle explicaciones que no había que dar. “Es que estoy completamente desinflado, he salido del masaje demasiado relajado para esto ahora…”
Y de repente, sin saber cómo, cuando más claro parecía que sería que “no”… fue que “sí”. Y ahí estaban los dos, tras una intrépida aventura propia de Bebe y un ardiente desenlace digno de Betty, besándose apasionadamente primero sobre el sofá y luego sobre la cama, desnudándose y acariciándose con el mismo frenesí y pasión que si no hubiera habido nervios en el caso de ella ni masaje en el de él. Al cabo de algo menos de una hora, desnudos los dos sobre la cama, intentando recuperar el aire y casi sin resuello, Lys no se lo podía creer. “Chico, eres una máquina, si no te llegas a dar el masaje de marras, no me quiero imaginar cómo estarías.” “Imagínate cómo llevaba toda la semana esperando esta cita, y que luego no pudiéramos conocernos siquiera…”"Pues pensé que no querías nada, por tu actitud." "Y es cierto, al principio no, pero me encantó que te plantaras así en mi casa, con este apetito y estas ganas, y la situación... Vamos, que si buscas «aquí te pillo aquí te mato» en el diccionario de la RAE, sales tú. Eso me hizo excitarme y volver a tener ganas de ti...", “Pues serían muchas ganas, porque tres en cerca de una hora…” “Cuatro” “¿Cómo que cuatro? Han sido solo tres…” “Es que el masaje me lo acababa de dar cuando llegaste…” Y le plantó un beso a la sorprendida y desconcertada Lys para que se lo llevara consigo en la noche, de vuelta a casa, entre los cabellos revueltos y la sonrisa de haber pisado por un día el Olympo de los dioses gigantes de cabello negro que bajo su coraza de hielo ocultan un deseo desbocado e incontenible. Y morboso. Muy morboso.

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