domingo, 7 de octubre de 2012

Petits Fours: Ser de agua

No tengo memoria de mi origen.

Las lunas se suceden en la húmeda orilla del lago con la única tregua que les conceden las neblinosas noches otoñales y los oscuros y prontos ocasos del gélido invierno. Admiro la sombra nocturna de mi amado tejo, superviviente del arrollador incendio que oscureció las aguas de mi hogar hace centenares de años. Él reina majestuoso sobre los carballos que me prestan sus ramas para el descanso de mis entumecidas articulaciones mientras el tiempo se dilata esperando arteramente la llegada del ser que deseo para saciar mis ansias, al que seduciré con dulces melodías e hipnóticos bailes sensuales que lo despojarán de albedrío. Lo encandilaré con la desnudez de mi piel nívea y el serpenteante encanto de mi cuerpo apenas disimulado por mis largos y ondulados cabellos plateados, mesados pacientemente por ágiles dedos de melusina ávida de inmortalidad.


Sin embargo, aunque mi esencia está exenta de malignidad y perfidia, me abruma la conciencia de haber podido ser rusalka sin río, sirena sin mar, descendiente de náyade lacustre y pariente de las nereidas y de los seres de los túmulos de las islas del norte. Apenas ahora, desgastada por el incansable acechar desde las ramas de enebros y robles, enemistada con los incómodos serbales, hastiada de la compañía de salamandras y tritones, y atrapada en la mullida turbera, comienzo a vislumbrar otra existencia alejada de esta centenaria e incierta mortalidad. Me seducen los pensamientos ocultos y secretos de sexualidad y deseo que, a diferencia de los de mis depredadores sátiros, se esconden en las mentes de hombres solitarios con olor a musgo y sabor a sal, y en las de mujeres con desnudas piernas torneadas y sensuales que irrumpen en las orillas arenosas de mi hogar e inundan mi silencio con sus bulliciosas y pícaras risas. Tan diferente es el amor de unos y otros, tan distinto el alimento de la energía con que aplaco mi hambre de ninfa con ellos, mortales de piel perecedera y caduca y lechosos huesos que pueblan el fondo del fango... Observándolos, introduciéndome subrepticiamente en lo más profundo de su mente, aprendí de ellos y supe que no es esta la vida que deseo para mí, ni el fango eterno la muerte que merecen sus pasiones vitales.

Me entregaría ahora mismo a una promesa de amor mortal y racionalmente irracional, si las noches se trocaran en luminosos días, si unos labios de carne rosada transmitieran su tierna calidez a los míos, si mi piel se tornara febril y el rubor maquillara mis mejillas con el candor humano que tanto me fascina. Anhelo el calor y el contacto de su piel, deseo conocer su mundo teñido de intenso bermellón, profundo añil y deslumbrante gualda, saturar mis sentidos de sabor a canela y savia de arce, de olor a almizcle y perfumes de jazmín; aturdirme con el alboroto de sus risas y la musicalidad de sus voces; estremecerme al percibir sus suspiros elocuentes y sus palabras de amor susurradas al oído; vivir sus vidas mundanas y bulliciosas, temer a la dama negra y necesitar saciar unas hambres como las que ellos padecen.

Los pensamientos de esa mujer que cada amanecer y cada atardecer invaden mi mundo de agua, los deseos que ella oculta de sí y de otros, esos deseos que nacen de su interior y que le hacen encoger su cuerpo sobre sí mismo, apretar sus brazos sobre su pecho y cerrar con fuerza sus piernas al tiempo que se oculta en la crisálida de su atuendo, esos deseos furtivos que la inquietan y alteran sus constantes vitales, esos deseos... los quiero para mí.

Y al igual que perdí la memoria de mi origen, anhelo con mi transmutación no tener conciencia de esta lacónica existencia lacustre.

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