lunes, 5 de noviembre de 2012

Betty Red: La oscura pasión de la noche de Samaín (III)

Betty, heredera de la maldición de Lusignac, descendiente de las rusalkas lacustres, no es del todo sabedora de los peligros que para ella supondría el contacto con las ánimas errantes, pero en su subconsciente la prudencia la lleva a evitar de manera especial la luz diurna tras las noches húmedas y neblinosas que ocasionalmente siguen a la luna azul y a los solsticios, a Valpurgis y a Samaín. Debería temer la metamorfosis que supondría el abandono de la existencia humana para ella y la perdición para sus seres queridos. Ahora, solo su condición de infértil la diferencia de las hembras nacidas humanas y mortales, y el vínculo establecido con Lys la hace deudora de ella. Lo que más teme en esta humana existencia es convertirla en víctima de una ingrata traición. Por eso conjura la maldición de esos amaneceres habitando la oscuridad, y respira y precisa del éter nocturno para su particular quimiosíntesis vital.



"¿Qué quieres decir con que no hay nadie? No digas tonterías. Anda, bebe un sorbo de agua y cálmate. Pareces agotado."

Se lo dijo para tranquilizarle, pero ella misma se sentía inquieta, pues efectivamente ya no se oían voces. Terminó de recoger sus cosas, cubrió su piel desnuda con una negligé azabache y, tomándole suavemente de la mano, abrió la puerta del reservado y se asomó prudentemente a la zona de copas del local. Las llamas de las velas esparcidas sobre las barras de mosaicos blanquecino vibraron ligeramente como único signo de movimiento. Los asientos estaban vacíos, la estancia completamente desierta y solo se oía el trajinar del camarero con los vasos de cristal.
"¿No oyes al camarero con las copas? Eso significa que seguramente alguien hay, o había, quizás no tanta gente como pensábamos, y se habrán ido o se habrán dispersado por los rincones del local, las camas en torno a la piscina, la sala de los pecados capitales, el cuarto oscuro... Vamos a echar un vistazo. Pero no me sueltes la mano..."



En la sala de la ira, solo la reja abierta de la mazmorra y unas copas vacías en el suelo junto a la gran equis de madera evidenciaban el paso de la lujuria. La música de fondo y los pasillos desiertos les ponían la piel de gallina. Betty se mordió el labio inferior y acalló sus pensamientos al respecto para no transmitirle a él su propia inquietud. Siguió caminando cada vez con menos seguridad y suplicando interiormente encontrar alguna explicación a la aparente contradicción entre los sonidos percibidos unos minutos antes y esta súbita ausencia de vida en el local.


Al pasar por delante de la barra, el camarero ni siquiera levantó la vista. Parecía totalmente ausente. Prefirió no preguntarle. Quizás temía no recibir una respuesta que los calmara. Se adentró en la zona chill-out y su mirada recorrió serpenteante las cortinas descorridas sobre las camas sin encontrar alivio a su creciente desaliento. Apretó la mano de él con fuerza, y se giró para mirarle a los ojos y confesarle que era incapaz de encontrar una explicación tranquilizadora. Pero cuando buscaba el aliento necesario para enfrentarse a sus miedos, unos jadeos ahogados atrajeron inmediatamente la atención de ambos a sus espaldas. Se acercaron temerosos a una de las camas, descorriendo ligeramente la cortina. Aliviados observaron a dos parejas que, sin reparar en su presencia, se acariciaban y se movían acompasadamente, en apariencia ajenos los unos a la proximidad de los otros.

Ya más relajados y avergonzados por sus absurdos temores, decidieron con una risa nerviosa que el espacio era suficientemente amplio como para acomodarse ellos también en un rincón próximo; se descalzaron, extendieron las toallas y se echaron el uno junto al otro, dejándose llevar por la sensación de tranquilidad y laxitud que les invadía. El cansancio de los últimos días y el ajetreo diario les pesaba y solo querían apurar esas últimas horas para transmitirse mutuamente el calor de una compañía cómplice, antes de separarse de nuevo durante semanas. No necesitaban hablar, solo estar juntos y dejar que los dedos corrieran entre los dedos, que las caricias vistieran sus cuerpos y relajaran sus nervios.

Mientras, intuyeron cómo los otros cuatro cuerpos gimientes, apenas sombras en la penumbra, comenzaban a mezclarse y solapar miembros, caricias y arrullos; los movimientos serpenteantes y electrizantes les hipnotizaron y no podían dejar de observarlos. Normalmente, ella sentía pudor ante la fortuita visión de ese tipo de intencionado exhibicionismo, que la impelía a mirar hacia otro lado ruborizada. Al contrario de lo que pueda imaginarse, la falta de iluminación y de depredadores, normalmente hombres solos, en tales días dedicados a las parejas, así como la multitud de amantes y de actividad en esa zona, proporcionan una insospechada intimidad que en esa ocasión no era tal, pues era inevitable que su atención y la de quien pudiera haber allí se concentraran en la poca acción que se exhibía impúdica a su vista. En esta ocasión, agotado su ánímo por la tensión de los últimos minutos, dejaron a sus sentidos concentrarse inconscientemente en la contemplación de la escena que se desarrollaba a pocos metros de ellos, cada vez más nítida a medida que sus retinas se acostumbraban a la escasa luminosidad. Contemplaron ambos cómo lo que comenzó siendo un ligero acercamiento entre ambas parejas, incluidos algunos escarceos de manos y labios, enseguida se convirtió en un abrazo mujer contra mujer, cada vez más apasionado, más intenso, hasta el punto de que los hombres se vieron enseguida apartados del juego que contemplaban impávidos y extasiados.

Ellos, por su parte, estaban atónitos.

«¿Se conocerían de antes? No lo parecía al principio, pero ya no estoy segura, la reacción es demasiado intensa...»
 Al cabo de unos excitantes minutos de intercambio de besos y caricias entre ellas, sus parejas, excitadas pero hastiadas por su exclusión, consiguieron recuperar su atención hasta que, culminada su pasión, ambas parejas intercambiaron unas palabras. Parecían extranjeros y más que hablar susurraban. A pesar de que ambos estaban acostumbrados a las entonaciones de los distintos idiomas que conocían o chapurreaban, fueron incapaces de discernir siquiera de qué idioma se trataba. Siguieron contemplando la escena con desidia, la misma que llevó a los chicos a alejarse de las chicas dejándolas entretenidas con sus susurros. Dedujimos que no se conocían previamente y que a raíz del intercambio estaban intercambiando opiniones. Con el rabillo del ojo Betty acertó a adivinar las figuras de los chicos que volvían de la ducha, momento que Betty aprovechó para girarse a sacar el bote de aceite, decidida a darle un untuoso masaje body-to-body a su pareja. En esa fracción de segundo escuchó un ligero ronroneo y descubrió, al volver la vista, que la escena anterior había cambiado radicalmente, y una de las chicas, la que llevaba la iniciativa, se había sentado sobre la otra, intercaladas sus piernas, y parecían entregadas a una pasión desenfrenada y desaforada, que dejaba escapar intensos gemidos de placer entre arrebatos de pasión. Mientras una se entregaba a saborear el cuello de la otra, esta clavaba sus uñas en la espalda y las nalgas de su acosadora, hasta dejar el rastro de su paso marcado en la piel. Los hombres presentes, los tres, parecían completamente absortos y turbados ante aquella situación, y el acompañante de la sensual joven atrapada entre las piernas de aquella tigresa se acercó dubitativo a ellas como queriendo proponer algo.

El compañero de Betty comenzó a susurrarle al oído: "Le debe de estar diciendo que si quieren ir a un reserv..."

En ese momento la dominadora hizo un brusco movimiento acompañado de un gutural sonido, casi un rugido, que pareció emanar de lo más profundo de su ser, haciendo que tanto el hombre como nosotros diéramos un respingo sobresaltados. Ante esa extraña reacción apartaron la vista entre asustados y sorprendidos, y se plantearon si les apetecía seguir allí. Cuando volvieron la vista, los cuatro habían desaparecido, y aprovecharon para salir rápidamente del rincón hacia las taquillas. Betty sintió el peso de una mirada sobre ellos, pero al girarse fue incapaz de distinguir nada que no fueran las sombras de las cortinas entre las camas y el murmullo del agua en el gigante jacuzzi, aunque le pareció adivinar una sombra moviéndose en el otro extremo de la sala. Sin embargo, cuando se alejaban, volvió a girar la cabeza alrededor solo para confirmar que estaban solos. Se ducharon rápidamente y se vistieron; ella tardó algo más y él, que la esperaba sentado y parecía buscar algo con los ojos en las taquillas; le comentó que solo faltaban las llaves de tres de ellas, lo que significaba que había tres parejas y por tanto había todavía dos personas más en algún rincón.
"O bien, que una de las parejas ha usado dos taquillas. En realidad eso no nos dice mucho. No le des más vueltas, hoy la gente no se ha animado a salir de casa y punto."
"Aún estoy alucinando con la extraña reacción de la chica..."
"Sí, yo también, yo creo que es este tiempo tan desapacible y el ambiente enrarecido, que altera los nervios de todo el mundo, y a la gente le da por hacer cosas raras o tener reacciones desproporcionadas..."

Al salir se fijaron en que el camarero no estaba en la barra. Si no fuera por la música, les parecería que el local estaba cerrado.

"Tengo una intuición... Asomémonos un momento a la sala de los pecados capitales, solo por curiosidad, por si estuvieran ahí". Subieron despacio y con innecesario sigilo los pocos escalones que llevaban a la sala, pero no llegaron a entrar, enseguida vieron que había alguien en la equis de madera y mientras otra persona parecía besarla ansiosamente en el cuello la tercera, de rodillas a sus pies, parecía acariciar y besar sus piernas... Se volvieron al momento, como si no tuvieran derecho a contemplar la inquietante escena que se estaba desarrollando en la oscura mazmorra.



"Han bajado la luz al máximo, apenas se ve nada... ¡Qué gente tan siniestra! "
"La chica que estaba atada, ¿era la que antes estaba abajo? Parecía muy concentrada en lo que le estuvieran haciendo, con el pelo caído sobre el pecho y completamente inmóvil..."
"Sí, es cierto... Yo también me he dado cuenta... ¿Pero te has fijado en que faltaba el hombre que venía con ella? Solo estaban los otros dos..."
"Seguramente estaría sentado más atrás, en el diván o incluso en la mazmorra, disfrutando del morbo de la escena... Desde donde estábamos no podíamos verlo..."
"Salgamos de aquí, esto ya no me gusta nada..."

Antes de salir, se pararon un momento ante la puerta para cerrarse la cremallera hasta el cuello. "Va, salgamos...", dijo él mientras intentaba empujar la puerta para salir.
"¡Está cerrada!"
"A ver, déjame a mí..."
Pero la puerta seguía sin abrirse. Miraron a su alrededor como si el portero se fuera a materializar de la nada.
"Pues aquí no hay nadie..."
"¿Sabes...? Si no estuviera tan cansado, estaría realmente acojonado..."

"¡Os estaba buscando!"

Dieron un respingo al oír la voz del camarero detrás de ellos. Se giraron al tiempo que, inconscientemente, retrocedían un paso y pegaban su espalda a la puerta. La luz titubeante de las velas hacía resaltar la palidez extrema de aquel, lo que sumado a unas marcadas ojeras le daba un aspecto cadavérico y fantasmagórico. El reflejo de una luz puntual en el espejo incidía en sus ojos enrojecidos haciéndolos refulgir e hizo brillar momentáneamente un objeto metálico en su mano, lo que atrajo las miradas de ambos hacia ese punto.

Definitivamente, si algo restaba intacto en sus sobresaltados corazones, estaba a punto de desaparecer junto con su mutilada capacidad de reacción.


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