viernes, 9 de noviembre de 2012

Lys Green: Tomando conciencia



Aquellos días con los niños, acampados junto al lago, habían sido especialmente agradables. En un extremo había una pequeña calita donde se alquilaban canoas y patines de agua. Había conseguido convencer al hombre de que le alquilara dos canoas durante la semana completa, dejándole el reloj en prenda y pagándole por adelantado, para poder usarlas a su antojo. Las llevaron hasta la calita junto a la que habían aparcado el coche entre los árboles, y discretamente las usaron para trasladar todos sus enseres y comida hasta una pequeña playa de arena oculta tras unas rocas, completamente inaccesible desde tierra y solo visible desde un extremo del lago. Esperaba poder pasar unos días allí antes de que nadie detectara su presencia continuada en ese lugar, ya que se trataba de un espacio protegido y seguramente estaba prohibido acampar.



Decidieron entre los tres cuál era el sitio más adecuado para instalar la tienda de campaña, y delimitaron las zonas que usarían para hacer un pequeño fuego y una fresquera para conservar los alimentos y protegerlos de los pequeños depredadores y del calor. Los niños parecían entusiasmados y especialmente colaboradores. Los puso a despejar y retirar piedras del suelo para allanarlo, y cuando terminaron de instalar la tienda, de hinchar las colchonetas y de acomodar los sacos de dormir y el resto de cosas dentro, se dedicaron a amontonar piedras y recoger ramitas secas para hacer una pequeña hoguera. Cuando decidieron que ya había suficientes, se sentaron los tres a merendar. Es asombroso lo que hace el aire libre, pues más que comer aquellas dos pequeñas fierecillas inquietas devoraron con fruición dos enormes bocadillos de fiambre y queso que había preparado previsoramente con antelación. Pensó que esa noche dormirían como troncos, pero parecían incansables, y aún estuvieron dos horas intentando buscar las constelaciones que conocían en el cielo estrellado y riéndose a carcajadas de las historias absurdas que su madre iba inventado sobre la marcha. Su favorita era la de los judokas salvajes del Caribe. Lys llegó a la conclusión de que, si quería que se durmieran pronto, sería más adecuado cambiar de táctica y comenzar a leerles historias aburridas y anodinas.

Ella era una lectora empedernida y aunque estaba convencida de las bondades de la desconexión de las mundanales redes sociales y las maquinitas, ella misma no pudo sustraerse a su vicio particular cuando sus hijos ya estaban dormidos. Había cargado el e-book por completo antes de salir de viaje, así que no necesitaría recargarlo en varios días. Además, la cubierta tenía incorporada una pequeña linterna que le evitaba tener que recurrir a linternas o la luz de camping-gas para poder leer... ¿Qué más se podía pedir?
Se embutió en el saco de dormir y estuvo leyendo más de una hora. Estaba completamente desvelada. Dejó el libro a un lado y se pudo a escuchar el murmullo del viento acariciando la superficie del lago en el exterior, los susurros de las ramas de los árboles, los chasquidos de las ramitas del suelo o de los árboles al pasar los pequeños seres con hábitos nocturnos que durante el día dormitaban en sus escondites. Hábitos nocturnos. Sonrió para sí.

Recordó aquella otra visita al lago, pocos meses antes, y cómo había descubierto que aquél era el único lugar en el que podía encontrar alivio para su saudade. Su vida había sufrido cambios drásticos en los últimos meses, y desgraciadamente se había refugiado en la única persona que parecía dispuesta, desde el momento en que la conoció, a compartir su tiempo y sus inquietudes con ella. No era amor, ni siquiera cariño, solo era simbiosis. Ambos estaban convalecientes, y se ayudaron mutuamente. Pero a medida que se fueron conociendo, se fueron revelando aspectos de él que a ella la sumían en el desconcierto e incomprensión. Porque era incapaz de asumir la maldad ajena. Continuamente hablaba de su chica como si fuera la única mujer sobre la tierra. Eso lo comprendía. Es lo que hacía el amor. O lo que él creía que era amor. Porque cuando ella le contaba lo que había sufrido en su anterior relación, él hacía notar que se sentía plenamente identificado con las acciones y actitudes de aquél, hasta el punto de intentar justificar cada una de ellas, por perniciosas que fueran, como si lo conociera. Lys no le dio importancia. Pero sí percibió que la visión del amor que él le profesaba a su pareja iba adquiriendo con el tiempo tonalidades oscuras y sombrías. Aquello no era amor, era posesión, era manipulación, era dominación, era control. Él se jactaba de haber estado a su lado a pesar de los muchos trastornos de alimentación y psicológicos que ella había padecido en los últimos lustros, y la consideraba a ella una desagradecida por no haber sabido valorarlo. Al ir ganando confianza, el chico amable, moderado y contenido, pasó a ser progresivamente agresivo, despectivo y dominante. Un día, cuando ella le contó lo más crudo de su experiencia anterior, él se puso a llorar porque reconoció que eso mismo es lo que él le había hecho a su pareja, y que se sentía un monstruo por ello. Pero acto seguido se justificó diciendo que no lo era porque lo reconocía y estaba intentando cambiar y que ahora se controlaba. Lys no podía creerlo porque con ella siempre había sido amable. Apenas se quejaba de los muchos fallos que ella cometía en su día a día, los que la alejaban de la perfección personificada en su anterior pareja. Porque obviamente Lys era imperfecta, demasiado nerviosa, demasiado desordenada, demasiado gorda, demasiado desorganizada, demasiado charlatana, demasiado impulsiva, demasiado poco adaptable a las necesidades y los gustos de él, demasiado... todo. Siempre que fuera negativo, claro. Lys seguía sin querer ver la realidad. Aquello seguía pareciendo un remanso de bienestar comparado con lo que había vivido antes. Así que asumía que él tenía razón en todo, que había sabido identificar sus fallos y que era ella la que tenía muchas cosas que cambiar y corregir. En un momento dado, las críticas se extendieron incluso a la forma en que llevaba el pelo o se vestía, o a sus rutinas a la hora de acostarse o preparar el desayuno. Todo le molestaba, todo era criticable. Además abusaba de ella como lo había hecho de su pareja. Ambas ejercieron de asistentes personales suyas hasta el punto de hacerle literalmente de taxista, cocinera o "descargadora" oficial de música y películas para su disfrute particular.

En una ocasión, quiso ver todos sus álbumes de fotos digitales comentándole cada una de las fotos, y cuando ya llevaban como tres horas, perdida la tarde de asueto de Lys sentada en un sofá oyendo lo maravillosa que era aquella pobre chica escuálida, ojerosa y triste que la miraba como pidiendo ayuda desde la pantalla del ordenador, Lys, saturada de fotos y de estúpidos comentarios sobre el color de la pista de tenis del hotel de Canadá o la altura de cada árbol del parque natural, se levantó para ir al baño y beber un poco de agua, hastiada y asqueada del enorme tamaño del ego de ese más que probable maltratador psicológico de libro, y cuando volvió se lo encontró esperándola con cara de enfado y un montón de reproches sobre que le había dejado allí solo con su pena en el momento más inoportuno, y que era una maleducada por haberse levantado sin avisar de lo que iba a tardar, bla bla blá.... Ese mismo día, para hacérselo pagar, comenzó a regalarle a Lys lindezas como que acostarse con ella debía de ser lo más parecido a hacerlo con una embarazada, que aunque solo le llevaba un año ella era una "viejuna" y él le estaba haciendo un favor y así sucesivamente. Ese día, Lys supo con toda certeza que el cuadro que él le había pintado de su anterior relación era otro bien distinto del real: él era la causa de todos aquellos trastornos, y lo mejor que había podido hacer aquella frágil mujer era escapar de él. Eso mismo había comenzado a hacer con ella. Por suerte, no había tardado 20 años en reaccionar, como en su relación anterior. Solo cinco meses. Ese fin de semana sería el último que pasarían juntos.

Lys no quería pensar en eso, ya no podía concentrarse en la lectura. Salió del saco, se abrigó con un plumas y unos guantes y descorrió cuidadosamente la cremallera de la tienda de campaña para salir al exterior y respirar el aire de la noche. Le costaba pensar con claridad, y no le gustaba tener demasiado tiempo para estar a solas consigo misma. Lo de pasar esos días en el lago había sido idea de Bebe, para que se relajara y aliviara tensiones y de paso mantenerla a ella y a los niños aislados y a salvo. Lo que no tenía demasiado claro es de qué tenían que protegerse exactamente, aunque es cierto que últimamente estaban sucediendo demasiadas cosas extrañas a su alrededor... No le había comentado a nadie dónde estaría, solo ellas dos lo sabían. Dentro de unos días, podría dejar a los niños con su abuela, le dejaría el coche, y ella se ausentaría unos días con la excusa del trabajo. En realidad, lo que haría sería coger un avión a Estambul para reencontrarse con su amigo Yeter, quien a petición de Bebe estaba trabajando en proporcionarles documentación "ligeramente modificada" a ella y los niños, no porque tuviera intención definida de irse a ningún sitio, sino para estar preparada por si tuvieran que tomar una decisión drástica de un día para otro. Aunque no estaba muy convencida, Lys se dejaba llevar, y les había seguido la corriente a ambos, ya que ella no se encontraba en condiciones de tomar decisiones en ese momento. Pero en su fuero interno, intuía que la huída era una posibilidad que debería considerar más tarde o más temprano si quería que tanto ella como sus hijos estuvieran a salvo y tranquilos.

Pero.... ¿a salvo de qué?

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