miércoles, 26 de diciembre de 2012

Betty Red: Ángeles entre nosotros

Surcos de humedad salada henden mi rostro aterido de frío.
Son lágrimas de tensión, de agotamiento, de frío, de desolación.
Son el estallido de la decepción contenida por la larga espera, de la frustración, de la incomprensión. Los quince minutos de retraso anunciados en un fugaz mensaje se convierten en dos largas horas de escarcha y entumecimiento. En medio de mi angustia por no saber, contemplo atónita el flujo incesante de coches y parejas, que desborda a los aparcacoches.

 "Hoy te están haciendo esperar, ¿eh?", me dice uno de ellos entre carrera y carrera.
Lo peor es que me parece adivinar una mezcla de preocupación y compasión en su mirada.
Eso me hace sentir como una auténtica idiota.

«No, no digas eso; tampoco lo que dices siempre de que eres torpe... Te lo han dicho tanto antes de ahora que lo has interiorizado, así que tú eres la primera que tiene que dejar de pensarlo...», recuerdo las palabras de Luka, las mismas que me repite siempre mi amiga P y con las que después me sorprendería mi amante J.

No sé si tengo que seguir esperando o qué, ni por qué no avisa. «No sé qué hacer... ¿Vienes ya?.. ¿Te sigo esperando?.. Me siento como una idiota... No me esperaba esto de ti...»
Uno tras otro, entre lágrimas saladas, envío cadenciosos los mensajes a su destinatario. No los ha leído. ¿Habrá bebido de más en la cena de Navidad? ¿Habrá perdido el móvil? ¿Y si ha tenido un accidente con el coche? ¿Estará pasando de mí porque le ha surgido un plan más apetecible? No puede ser, él no es así, nunca lo haría. No es su estilo. Pero dos horas... son dos horas. Solo espero porque la alternativa es peor: irme a casa o entrar sola.

Un mensaje por Whatsapp.
"Ahora salgo, mi jefe me ha pillado por banda cuando me escaqueaba de la cena y no he podido cortarle hasta ahora..."
Ufff, vale, no me importa, ya puedo secarme las lágrimas. Varios sentimientos contrapuestos se agolpan en mi interior. Estoy enfadada, triste, decepcionada, aliviada y expectante, todo al mismo tiempo.
Sé que el efecto reconfortante y embriagador del ambiente del local mitigará mi angustia. Ya puedo respirar.
"Oye, olvida los mensajes que te encontrarás en el Whatsapp... estaba enfadada y triste..."
"Tranquila, lo entiendo, lo siento...".

Tú no lo entiendes, nadie puede entender lo que esto significa para mí. No es el local. No es el sexo. Ni siquiera eres tú. Supongo que es una forma de conductismo. Otros encuentran en la destructiva química, en el alcohol o en el juego el efecto hipnótico y embriagador que a mí me ofrece ese umbral. Yo terminé asociando la evasión y el descanso de la mente con ese gesto, el de cruzar esa puerta. Solo al hacerlo mi mente se permite desconectarse de la realidad. Apago el móvil, el paso del tiempo se ralentiza e inicio mi particular viaje astral. Mis historias con mi ex, mis cuitas ocasionales, mis trajines cotidianos, mis batallas, la angustia por mi despido, la incertidumbre ante el futuro y hasta las perseverantes llamadas diarias de los operadores de los servicios centrales del banco... Todo eso y más se queda fuera.

Cielo, hazme caso. Todos tenemos problemas. Deja los tuyos ahí fuera también, como yo lo hago. Te escucharé fuera de aquí si lo necesitas, estoy contigo y por ti, pero.... no ahí, no en esta parcela de mi mundo. Aquí no caben ni mis problemas ni los tuyos, y si por azar se colara alguno subrepticiamente, se diluiría entre el sudor y los jadeos de éxtasis, se escurriría entre las caricias, se difuminaría entre los sueños.

Pero esta vez, la tensión de la noche había sido tal, y el cansancio acumulado esa semana tan intenso para ambos, que solo podemos entregarnos a la contemplación de las sombras, ora jadeantes, ora sigilosas, que nos rodean. El cansancio altera nuestra percepción, el calor nos agota y hace decaer la tensión de nuestros músculos hasta un estado laxo y perezoso de abandono...

Mis sentidos adormecidos se dejan arrullar por los sonidos cada vez más confusos. Las sombras desaparecen y un océano de calma y placentera quietud ocupa mi mente...
Apenas noto cómo escapa de mi cuerpo el halo de dolor en los músculos y la pesadez que atenaza mis sienes.
En estado de trance, mi cuerpo se declara inerme para reaccionar a la ligera corriente que enfría el sudor de mi cuerpo hasta hacerme estremecer en medio del sofocante calor.

Pero la mente es sabia, y contrarresta esa sensación con la ilusión de unas manos acariciadoras que recorren cálidas y respetuosas mi costado, mi brazo, mi cadera, y vuelven hasta mi cuello para volver a bajar por mi espalda. Me doy cuenta de cuánto anhelo unas manos etéreas que, como esas de mi ensueño, sepan cómo y cuándo actuar con precisión milimétrica en la provisión del cariño y el reconfortante calor que mi espíritu necesita. Es en este estado letárgico, estando el cuerpo desconectado de la voluntad, cuando percibo cómo mis sueños se mezclan con bocas, lenguas y manos a mi alrededor. Y vosotros, ángeles o demonios, indistinguibles, desnudos e igualados en piel y sudor, me dais la paz. Me abandono, sin que quepa otra posibilidad, a esas manos pacientes y delicadas que velan mi letargo. Mi cuerpo, abducido por ellas, las sigue y las persigue para salir a su encuentro, girándose en su busca para que no escapen.

«No me abandonéis, os necesito, solo vosotras me dais lo que busco.»

 Son las manos de un ángel, y son los dulces labios de un ángel los que ahora me besan. El beso no cesa y no se detiene en mi aliento, sino que me atraviesa, me arropa y recorre mi espina dorsal. Como un búmerang estalla en mi conciencia y vuelve a estremecerme, y esa corriente impulsa mis dedos que por fin obedientes acarician el rostro y los rizos de ese ser pleno de cariño y dulzura. Sé que es un ángel. No sé si es real, no quiero abrir los ojos para no despertar, solo quiero que su presencia etérea se prolongue sin diluirse en el tiempo y el espacio. Es un beso dulce, suave, húmedo. Y mi conciencia en estado de recuperación me insinúa que sí es real. Ahora lo sé. Como reales son las otras manos que una tras otra recorren mi piel con voluntades diversas y dispersas. Mi cuerpo se entrega a ellas pero mi voluntad pertenece ahora al ángel. Puedo distinguir tras aquellas manos el cuerpo sinuoso y travieso de una mujer que acaricia el mío con el suyo hasta hacerme ronronear y estremecer de placer. El ángel recoge el aliento de mis jadeos y me lo devuelve con sus labios, mientras mi acompañante termina de recorrer las partes de mi cuerpo que aún permanecían inexploradas.
Parece un sueño.
Pero no lo es.

Tardo en reaccionar. Las otras manos han desaparecido y solo el ángel continúa acariciando mi cara, mis sienes, mi pelo...
Abro los ojos, aunque no necesitaba verlo. Me basta con sentirlo. La sombra me devuelve una mirada dulce, risueña y juvenil mientras descubro mis propios dedos enredados en sus rizos. Sus labios inquieren: "¿Te ha gustado?" Mi voz sonríe para él en la penumbra. "Me ha encantado..." Solo tengo agradecimiento para alguien que, sin conocerme siquiera, me ha transmitido tanto cariño. "Gracias... Eres el bálsamo que necesitaba." "Te habías quedado dormida y... no podía dejar de acariciarte..."

Ya puedo volver a casa. He recuperado la paz, y la brisa nocturna ha arramblado con todos los pesares que había dejado aparcados en el umbral de aquella puerta mágica. Un placentero cansancio invade por fin mi cuerpo y la sonrisa me acompaña, junto con la música a todo volumen, el resto del camino de regreso.
Por fin puedo descansar.

Al día siguiente, la pantalla del ordenador me sorprende con un mensaje:

«Ha oscurecido la tarde, y se siente pesada, aunque no es demasiado fría....
Supongo que me recordarás, nos vimos anoche, mientras dormías, mientras tentabas mi imaginación, mientras tu cuerpo se me antojaba en un deseo.... tumbada, atractiva... seductora... Así, hasta que pude besarte, hasta que pude saborear tu cuerpo, hasta que el gozo de lo desconocido se hizo algo menos extraño... me acerqué, te acercaste... y ya a última hora de la noche, o de la mañana... pudimos estar juntos... cansados, pero al fin y al cabo juntos en aquellos instantes.

Ahora no quiero molestarte.. tan solo te escribía para que me recuerdes, para que sepas de mí, para que si quieres que sigamos en contacto me busques... me encuentres, y así en mundanas palabras nos conozcamos, nos descubramos..... Soy aquel que cuando te marchabas te dio, quizás, el último beso de tu noche... un beso como el que ahora te envío.... o mejor dos.... Que descanses.»

Es curioso que un ángel hable de palabras mundanas...
Me pregunto por qué de repente los ángeles han irrumpido en mi vida...

Son ángeles mundanos, pero ángeles sin duda.
Ángeles en blanco y negro, como los de El cielo sobre Berlín.
Y sí, mi ángel, fue el último beso con corazón de la noche.
Otro mensaje...

«Por cierto... Me llamo Ángel.»

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